lunes, 16 de junio de 2008

Extraño el potrero

Un pedazo de tierra, arcos improvisados o a lo sumo hechos con palos, una pelota descascarada y ganas de jugar al fútbol. Punto. Tardes enteras de patear, gambetear, correr. No importaba ni si quiera el resultado, la duración del partido. Nada. No sé cuándo fue la última vez que jugué un picado, pero cómo se extraña. Un picado en serio, digo, que no tiene nada que ver con un partido en las canchitas que se alquilan en la ciudad. Antes de empezar, a veces se gritaba "Equipo Garae, el que la tira la trae", porque las delimitaciones de la cancha no eran claras y un pelotazo podía terminar dentro de una casa, rebotando lejos por la calle de tierra o en algún tinglado. Los equipos podían tener 7 o 10 o 15 jugadores. Cualquier edad daba lo mismo. Jugaba yo con 7, 8 o 12 años, jugaban pibes de la zona, jugaban obreros que se prendían después del trabajo, se sumaba algún que otro maestro, un viajante de comercio, jugaba algún peón de campo, todos. Siempre había lugar para patear una número cinco maltrecha, con algunos gajos sueltos. Los que llegaban con el partido empezado, siempre tenían lugar. Era más fácil llegar de a dos. "¡Uno para cada lado!" Y listo. "Vos pateás para allá, con él y aquél". El partido no paraba. Las normas eran claras: jugar, casi nunca se cobraba foul salvo lo muy flagrante, y a lo sumo se discutía un poco por los límites de la cancha, o cuando no había travesaño, acaso se dudaba si había sido gol o no. En los veranos de Urdampilleta, provincia de Buenos Aires, el partido empezaba cuando aflojaba el sol y terminaba cuando la pelota ya no se veía, al anochecer. Se hacía cada gol en esos partidos... cada pase... cada gambeta... jugadas que morían sin replays, sin repeticiones super slow que hoy sí tienen partidos olvidables los viernes a la noche. Me sorprendo recordando caras de compañeros casuales, apodos que sólo mencioné en picados y nunca más (el "cochi", por ejemplo, un zurdo que la rompía). Muchas veces se dice que se educa en la casa y en la escuela, pero lo que educa un picado, no tiene nombre. ¿Qué es si no solidaridad en estado puro el tirarse al piso para robar una pelota y dársela al otro para que haga el gol? Es ofrecerse sin nada a cambio, no hay nadie viendo, sólo el sentido de que esta jugada se hace tirando juntos para el mismo lado. Uh! me estoy acordando de un gol muy lindo, que yo sé que existió, y está sólo en mi mente, pero que fue un gol clave: ese día me di cuenta que la pierna era más fuerte que la pelota, que patear de lejos era posible y no sólo cosa de grandes. Aprendí que de a poquito todo llega. TyC Sports se lo perdió.