Incluso después de leer el suplemento económico de La Nación, se puede tener una idea.
De los 813 millones de monedas de un peso que hay en circulación, con la que tenía en el bolsillo podría haber comprado muy pocas cosas.
En un kiosco la podría haber cambiado por una bananita Dolca, un Marroc o un puñado de siete chicles Bazooca, o de cuatro, si elegía los que vienen con relleno.
Un sobre de jugo Tang o 10 gramos de queso, me hubieran dado por un peso en algún almacén o supermercado chino.
Con una de los 813 millones de monedas de un peso que hay en circulación, cualquier loco puede llamar desde el manicomio a un pariente, para quebrar la soledad con algo de cariño, o hasta con una pelea. Porque cuando uno está solo nunca pelea.
Un peso habría bastado para tomar el tren que llevase hasta la puerta de la casa de una vieja novia, que alguna vez prometió compañía.
Pero con una moneda de un peso, una de esos 813 millones de esferas metálicas que hay en la calle y que al Banco Central le cuesta 35 centavos fabricar, con una sola, con la que baila en el bolsillo, mejor viajar. En un bar medio viejo, con fonola, gracias a ese peso, una canción para viajar.
viernes, 30 de abril de 2010
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