Todos los días, el telemarketer llama. Un día para vender banda ancha de Speedy. No, gracias. ¿Y por qué? Insiste. No, ya tengo otra conexión. Insiste, por ahí se va. Al día siguiente, insiste de nuevo. Y si se cansa, otro, que ahora vende descuentos en las llamadas de larga distancia. No tengo ganas de hablar, me insiste, le explico pero sigue adelante. Es su trabajo. Arremete. Pregunta y repregunta. Cansa. Qué hacer. Y ahí, Dios. Sí, Dios puede frenar de seco la insistencia de un telemarketer. Al menos eso conseguí anteayer, cuando tras la presentación habitual, lo frené con un silencio primero y después:
- Ah, no. No, no. Mire, me acabo de convertir al budismo que me impide hablar con telemarketers. Perdonemé, pero no puedo seguir hablando con usted sin cometer pecado.
Del otro lado:
- Eh (...) disculpe, disculpe.
Y cortó.
Mi sueño es que en las bases de datos de todos los rompebolas del mundo -sí, ya se, que se ganan el mango con ese trabajo de mierda- aparezca mi nombre y abajo:
"No llamar. Budista"